DISCOS: DAVE GROHL NOS INVITA A LA ERA DE LA MADUREZ DE LOS FOO FIGHTERS EN “MEDICINE AT MIDNIGHT”
Cuando hace un cuarto de siglo, un casi adolescente Dave Grohl dejaba de a poco de ser el pibe que tocaba en Nirvana
con la edición del disco debut de su nuevo proyecto Foo Fighters, era difícil imaginarse que nueve discos después, el
carismático batero se convertiría en una de las personalidades más importantes
del género con millones de copias vendidas y estadios llenos alrededor del
mundo
Pero no solo de carisma vive el hombre, y a pesar de las buenas intenciones,
los últimos dos trabajos del ahora sexteto (“Sonic Highways” de 2014 y “Concrete and Gold” de 2017) habían
mostrado un pequeño retroceso a nivel compositivo, sumando a una notable falta
de riesgo. Por eso no llamó la atención cuando durante la eterna pandemia,
Grohl definió al décimo disco como “raro” mientras editaban el primer adelanto
“Shame, Shame” un corte de tono experimental, más cercano a “Remain In Light” de Talking Heads que a “Everlong”
Es que la llegada de los 25 años de la banda representaban para el inquieto
Dave la posibilidad de darle una nueva vuelta de tuerca al sonido de su banda.
Y tal como le pasó a Pearl Jam en “Gigaton”,
este “Medicine At Midnight” (nuevamente
con Greg Kurstin tras la consola) es
una buena forma de, por un lado celebrar el legado de la banda, y por el otro
de quebrar el aburguesamiento compositivo.
Es por eso que no resulta extraño que “Medicine…” muestre, por un lado
algunas de las mejores canciones de la banda en mucho tiempo, a la vez que se
mete en sonidos poco explorados anteriormente, aunque sin por eso perder
identidad. Y esa búsqueda queda clara ya desde el arranque con “Making A Fire”
que refleja la nueva propuesta de Grohl: bases más jugadas, coros femeninos (a
cargo de Violet Grohl, la hija de ya
se imaginan quien), capas y capas de guitarras, pero eso sí: sin perder la
melodía y el estribillo explosivo. Y ahí está precisamente el punto fuerte de
la placa: hay búsqueda, y riesgo, pero también hay buenas canciones y todo lo
que se espera de la banda
Y si por un lado tenemos a “Cloudspotter” donde la banda deforma un riff
funk hasta convertirlo en un tema bailable; a continuación llega “Waiting On A
War” candidata a permanecer en la lista de temas del grupo acá a la eternidad con su comienzo acústico,
su in crescendo rockero y una lírica reflexiva a tono con los tiempos como estos que estamos
viviendo.
Y a lo largo de los 36 minutos (la duración es otro de los puntos fuertes
del disco) ese ying/yang entre lo viejo y lo nuevo se convierte en moneda
corriente: si en el tema título las referencias van por el lado del “Let’s Dance” de Bowie, enseguida tenemos a “Holding
Poison” que bien podría haber rotado fuerte en MTV si hubiese sido incluido
en “There Is Nothing Left To Lose”
de 1999.
Pero para que no vayamos tan rápido a probarnos la vieja camisa leñadora,
Dave también tiene un machaque motorheadeano
en “No Son Of Mine”, algo de melancolía beatle en “Chasing Birds” y un
cierre a pura versatilidad en “Love Dies Young” donde meten en una licuadora a Queen, Blondie y U2 sin
desperdiciar una sola gota en el intento
Grohl y su banda de amigotes lo hicieron de nuevo, entendiendo que la
madurez no siempre significa solemnidad y dándonos un disco que expande el universo
Foo Fighters, sin cometer nunca el peor de los pecados: el aburrimiento.
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