QUEENS OF THE STONE AGE - "Villains" (Matador 2017) ****

Josh: mi villano favorito

... like clockwork marco un punto de inflexión en la carrera de Queens Of The Stone Age, llevando el sonido de la banda por caminos más accesibles y ampliando su base de seguidores, sin perder por eso efectividad rockera. Y Josh Homme, tal como el mítico Cerebro, siempre tuvo en claro su objetivo: conquistar el mundo a través de riffs bailables y melodías pegadizas pero sin dejar atrás el ímpetu rockero y los riffs de guitarra como hilo conductor.
Y luego de ayudar a resucitar la carrera de Iggy Pop en Post Pop Depression, el Colorado se puso a buscar a su Pinky. Y lo encontró ni más ni menos que en Mark Ronson, el gurú detrás de gemas pop como “Uptown Funk” de Bruno Mars y “Rehab” de Amy Winehouse.

Villains, el séptimo disco de estudio del quinteto, abre con el in crescendo de “Feet don’t fail me” una oda al baile que marca la pauta del álbum: riffs contagiosos,guitarras valvulares machacantes y una base contundente para mover los pies, marca registrada del hombre detrás de la consola.
Si bien algo del espíritu melancólico de Post Pop … se cuela en tracks como “Domesticated animals” y “Fortress”, lo más fuerte de Villains está dado precisamente por la fusión entre lo rockero y lo bailable, con “The way you used to do” y “The Evil Has Landed”( no casualmente los dos primeros cortes de difusión) como puntas de lanza, además de guiños new wave (como los ecos de David Bowie en “Un-Reborn Again” o el groove de “Head Like a Haunted House” que suena a B52s en esteroides) y momentos más calmos, como el cierre con “Villains of Circumstance” donde el líder de la banda demuestra que él también tiene sentimientos.

La estabilización de las Reinas (con una formación afianzada con Troy Van Leeuwen en guitarras, Jon Theodore en batería, Michael Shuman en bajo y el comodín Dean Fertita en teclados y guitarra) le permitió a Homme lograr un sonido más sólido y tomar sin riesgos la batuta compositiva dando como resultado un disco directo, con la duración justa (48 minutos), sin temas de relleno y con sabor melódico que, si bien le va a costar convencer a aquellos que extrañan la crudeza de Rated R o la contundencia de Songs for the Deaf, se convierte en uno de los discos más logrados del año.

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