El Origen (Christopher Nolan): supuestamente debería ser una revolución cinematográfica a lo Matrix (revolución fashion-cool, apta para todo consumidor), pero la última película del director de Batman, El Caballero de la Noche es una decepción.
Nolan, tras un artificio de guión desalmado llamado Memento, había logrado posicionarse en Hollywood con un par de películas de género, hasta que la última versión de Batman -gracias a un magnífico trabajo de Heath Ledger, acompañado por una ola de publicidad iniciada por su fallecimiento- lo catapultó a la categoría de director del momento y consiguió privilegiadas libertades de decisión y presupuesto para su siguiente film, El Origen. Protagonizada por Leonardo Di Caprio, cuenta la historia de un grupo de mercenarios a destajo para las empresas multinacionales cuyo servicio consiste en robar información de una mente -o enseñarle a protegerla-, en base a un trabajo desde adentro del inconciente individual.

Pretexto visual inagotable, el inconciente es engañado por el grupo mediante construcciones de mundos ficticios que intentan proyectar la fantasía necesaria dentro del sueño del estafado para que la mente se deschave y provea de la información buscada. Si las primeras secuencias son bastante efectivas en su administración de la información combinando imágenes y diálogos, el gran problema de Nolan será sostener este equilibrio a lo largo de dos horas y media. Aquí se confirma lo que ya estaba a la vista en Memento y Noches Blancas. Nolan no es un buen narrador. Recurre permanentemente a la palabra para sostener lo que sus imágenes no pueden develar por sí mismas.

---- SPOILER: a partir de este párrafo se describe gran parte de la trama ----

Ocurre que los protagonistas deben implantar una idea en la mente de la víctima, y para ello recurren a una especie de sueño dentro de un sueño, que permitirá mayor penetración mental (o algo así). El guión termina multiplicando sueños para que Nolan pueda darse el gusto de filmar tres o cuatro situaciones espacio temporales diferentes (la realidad, el sueño, el sueño dentro del sueño, y así...). El problema es que en los distintos escenarios no ocurre nada relevante, y las escenas de acción y de suspenso carecen de emoción alguna. Mientras tanto, para permitirse semejante ensalada narrativa, Nolan recurre permanentemente a los diálogos para explicar absolutamente todo lo que está pasando. Con lo cual, la pesadez del relato se multiplica en paralelo con los escenarios.

Si algo faltaba para que la narración se empantane, hay además, una subtrama que nos muestra la dificultad del personaje de Di Caprio para olvidar a su fallecida mujer, develándonos poco a poco el motivo de su muerte y describiendo los problemas laborales que le causa: la mujer se aparece agresivamente en los sueños-trabajos del protagonista. Sorprende en un director que gozó de tanta libertad, que esta subtrama se cuente de manera tan asexuada y desapasionada(si la memoria no me falla, tampoco hay sangre en toda la película). Supuestamente estamos ante un amor más grande que la vida, pero nada de esto es transmitido al espectador. Cada aparición de la mujer -y son varias- no hace más que estirar la duración del largometraje, ya que no logra incorporarla al relato con el vigor requerido.
Algo para destacar: el buen uso símbolico -poco frecuente en el cine actual- de un objeto personal que debe llevar el protagonista para no perder el nexo con la realidad. Se trata de una perinola que es mostrada simétricamente en varias ocasiones a lo largo del relato. En principio la imagen refiere al objeto, misteriosamente la única pertenencia que lleva además de su arma. En su siguiente exposición se lo carga de sentido explicando su función. Y luego será mostrada en más de una oportunidad para develar visualmente -por una vez en el film- la situación delicada en la que se encuentra psicológicamente el héroe. Finalmente, la perinola tendrá a cargo el desenlace, que Nolan resuelve con el mismo efectismo con el que estructura sus guiones.

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