CINE: ESTRENO

El Nido Vacío (Daniel Burman): no se puede negar que Burman a esta altura filma, al menos, con prolijidad y, en ocasiones, sentido estético. Incluso aquí arriesga una reflexión sobre un padre que atraviesa la etapa del "nido vacío", momento en que sus hijos se independizan y abandonan el hogar, dejando a la pareja ante el problema de re-llenar ese lugar vacío, que alguna vez ocupó el romance y luego la crianza. Pero Burman aún no se encuentra en esa situación como padre y, obstinadamente autobiográfico, apela a un recurso formal para reflejar no la situación, sino el miedo subjetivo a la situación en sí. El problema es que el juego con la estructura del relato parece haberlo atraido tanto que el drama que vive el personaje se le escapa en el manierismo visual. La película arranca de manera perfecta, representando la alienación de su protagonista en una cena con amigos de su esposa, desplegando todos los conflictos y la mayoría de los personajes que se desenvolveran con el correr del relato. Pero a medida que el film avanza, Burman introduce secuencias que ligan lo onírico a lo humorístico, con el fin de dar indicios para sostener la estructura elegida. Los resultados no podían ser más negativos. El clima enrarecido desvincula emocionalmente al espectador, haciendo más hincapié sobre el estilo que sobre los personajes. En una película que toma un único punto de vista -el del padre-, comprometida tácitamente con la platea a identificarnos con el drama que éste atraviesa, el desvío estético no hace más que restar fuerza dramática. Los esfuerzos de Oscar Martínez por dotar a su personaje de complejidad se diluyen en la puesta en escena, y no ayuda el piloto automático de Cecilia Roth. Paradójicamente, el resultado final da la impresión de reflejar autobiográficamente los miedos del director-padre ante el futuro problema del desprendimiento de sus hijos, mucho más convincentemente que lo que nos ofrece en la ficción. La voltereta formal le impide confrontar el tema de manera directa, eludiendo a través de la comedia y la ensoñación, ese conflicto que tanto lo preocupa. El hecho de que toda la estructura del relato se nos devele al final, no hace más que reforzar la sensación de que Burman elude el conflicto. Engañosamente, se redirecciona la película hacia el tema del artista y sus obsesiones, pero no es eso lo que hemos vivido durante el resto del metraje, no es lo que nos ha identificado como espectadores. Si la opción estética hubiese sido transparentada desde un principio, estaríamos hablando de otra película y de otro núcleo dramático. Pero el escamoteo no refleja otra cosa que la indecisión del director para narrar el conflicto en profundidad. Es una salida infantil, inmadura, desde el punto de vista estético, que deja al espectador con el mismo vacío que el protagonista. La película, pese a contar con varias escenas logradas, se revela insustancial ante las inseguridades del autor.

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