ORGULLO Y PREJUICIO
(Francia/Inglaterra, 2005)
Dirigida por Joe Wright, basada en la novela de Jane Austen, con Keira Knightley, Matthew Macfadyen, Brenda Blethyn y Donald Sutherland.

Con bastantes prejuicios fui al cine a ver esta película. Film de época (uno de esos géneros que acumulan bodrios por doquier), bajo la tutela de un director desconocido y con algunas nominaciones al Oscar sobre sus hombros, no era de antemano una opción prometedora. A la salida del cine (que digo, a los quince minutos de proyección) mi orgullo de pronosticador había desaparecido y una sonrisa imborrable lo remplazó hasta varias horas después de concluido el largometraje. Pasa muy de vez en cuando (no caigamos en la muletilla de decir “cada vez menos”), pero cuando ocurre -cuando uno se ve sorprendido con una hermosa película como ésta-, se abandona la sala con la seguridad de que El Cine sigue vivo. Que no se malinterprete el entusiasmo: Orgullo y Prejuicio no es una obra maestra. Pero en su osada puesta en escena, en su sensibilidad de plano detalle, sus armoniosos planos secuencia, su adaptación exquisita y su apuesta a protagónicos no estelares, Orgullo y Prejuicio es magistral. Tiene imperfecciones (por ejemplo, algún personaje secundario que se ausenta demasiado, una pequeña participación de la insufrible Judi Dench) y su provocadora libertad narrativa rechaza la solemnidad de la excelencia, pero el resultado final estará sin lugar a dudas entre lo mejor de este año apenas comenzado.
La historia es de Jane Austen. La trama propone que acompañemos a una familia con cierto renombre pero poco dinero que deposita su futuro en la esperanza de casar a sus cinco hijas con príncipes del color de la plata y los bienes terrenales. La oferta de hijas es bella y diversa: las hay adolescentes y jóvenes, soñadoras e interesadas, refinadas y excitadas, simpáticas y retraídas. La madre se encarga -con desesperada premura- de las negociaciones, pero es el padre el que -con fastidioso desgano- debe ponerle la firma al contrato. Los bailes, visitas y paseos son rituales de cortejo. La diversidad de compradores tampoco escasea: los hay soldados y nobles, entusiastas y apáticos, cautelosos y obsesivos, sagaces y estúpidos. Todos quedan claramente presentados en la soberbia escena de la fiesta que ocurre en los primeros minutos del film. A continuación nos espera una comedia romántica con algunos apuntes dignos de un melodrama que llevarán la premisa del título a su desarrollo y conclusión.
Empecemos por decir que Orgullo y Prejuicio es una arriesgada reformulación de las formas genéricas del film de época. Si uno esta acostumbrado a esperar una cámara que se mueva lentamente al compás de la música clásica, con regodeo en los planos generales pictóricos para el lucimiento de parques, mansiones, vestidos y decorados, Joe Wright contraataca con una mirada que sigue vertiginosamente el corazón de los personajes, se pega a sus rostros y se retira al plano general sólo para buscar significativos planos detalle. A menudo apela a una fotografía granulada a contrapelo del usual refinamiento, y los planos secuencia están siempre supeditados a potenciar la narración y la conducta de los personajes. Hay varios inolvidables: la simétrica caminata de dos mujeres alrededor del escritorio del protagonista, o aquel que circularmente pasa revista al accionar de los presentes en una fiesta, que comienza y termina con el sufrimiento de una pianista frustrada, son sólo dos ejemplares.
Entre tantos aciertos visuales, se destaca la estimulante belleza y gracia de Keira Knightley, una actriz sorprendente, que pone a flor de piel los sentimientos de su personaje. La ductilidad de Keira para dotar de expresividad a Elizabeth constituye el alma de Orgullo y Prejuicio. Cuando la película adopta su punto de vista, el film adquiere una sensibilidad emocionante. El paseo que va a terminar accidentalmente en la mansión de Mr. Darcy es también un viaje interno hacia el amor. El recorrido parte de la opulencia de museo a la intimidad del hogar. Los sentidos se exacerban, se perciben los espacios. La visita es guiada por la cámara con el pulso necesario para detenerse en cada reflejo de intensidad emocional que los bellos ojos de Elizabeth se dignan a transmitirnos, con una parada destacada en una escultura cuya fuerza dramática recuerda a Viaje en Italia de Rosellini.
Demás esta decir que Orgullo y Prejuicio no enjuicia a sus personajes. Expone las contradicciones de cada uno de ellos con la misma libertad con la que narra su devenir. Un elenco perfecto y los diálogos austinianos completan un estilo sutil e inteligente, pero es la puesta en escena la que dota a cada personaje de complejidad, al acentuar el detalle revelador, el gesto expresivo y la actitud contradictoria. Joe Wright es la clase de director que permite seguir considerando un arte al negocio del cine.

Comentarios

Anónimo dijo…
hola ramy!!!! bueno bueno, al fin llegue, q t puedo decir? la verdad, genial la peli....
como vos decis, uno no le tiene mucha fe a las pelis d espoca. pero realemnete me gusto en demacia, los enfoques, las luces... los detalles! sumandole a esto la actuacion d ellos dos q es exelente =) asi q sisi, muchas gracias por la recomendacion! y yo la recomiendo tb ;) besotes! cuidate


vane*

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