Petróleo Sangriento (Paul Thomas Anderson): otro director que en busca de un estilo renovador, aunque tal vez apele demasiado a sus influencias (por momentos parece el Pequeño Scorsese Ilustrado), y tal vez su juventud aún le impida cerrar sus películas sin excesos autorales. Daniel Day-Lewis repitiendo su composición de Pandillas de Nueva York (de Scorsese, claro) interpreta aquí a un descubridor de petróleo que se enriquece rápidamente a costa de perjudicar a todos los que lo rodean. La estructura del film sorprende por su evasivo camino, desde la épica del sueño americano y el potencial desarrollo de un pueblo (intento de acercamiento fordiano) hasta la intimidad del solitario petrolero, que no puede respetar ni confiar en nadie, ni siquiera en sus potenciales aliados en el poder o en sus familiares, y termina volcándose sobre la competencia con su archirival, un genial Paul Dano (el chico daltónico de Pequeña Miss Sunshine) en la piel de un cura tan ambicioso como el protagonista. Anderson vuelve a demostrar su facilidad para los planos secuencia y el montaje, y sobre todo para generar tensión dramática, pero aún le falta mucha tela por cortar, especialmente en la construcción del sentido profundo de su mirada audiovisual. Aquí parece elaborar una alegoría sobre el capitalismo norteamericano, pero los resultados son bastante confusos. Da la impresión de que el potencial de P.T. Anderson se va a ir desarrollando con el tiempo, siempre y cuando desista de ciertos caprichos alegóricos y comience a desvincularse de su padrino ítaloamericano.

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