Cartelera de Verano 2
La Reina (Stephen Frears): como siempre, Frears sigue sumando puntos a su eclecticismo, renegando de marcas autorales o estilo personal. Extraña mirada esta de La Reina, que narra la semana que va desde la muerte de la princesa Diana a la retrasada aparición pública de la Reina para calmar los ánimos populares. Arranca como parodia antimonárquica, pero a medida que avanza y se adentra en la relación de la protagonista con el recién asumido Primer Ministro Tony Blair -supuesto reformador progresista que termina encargándose de proteger a la decadente monarquía inglesa-, el film se dedica a desmistificar a Blair (¿no llega algo tarde para esto?) y a retratar afectuosa y respetuosamente a la Reina. Blair y la película actúan de maneras similares. Amagan hacia un lado y giran hacia el otro. Hay que destacar las actuaciones de Helen Mirren(la Reina) y Michael Sheen(Tony Blair) y la música de Alexandre Desplat, que ilumina lo más interesante del film, el ir y venir de su trama política, a espaldas de una sociedad en luto por una princesa de telenovela.
Cartas de Iwo Jima(Clint Eastwood): segunda parte del díptico de Eastwood sobre la guerra, que iniciaba La Conquista del Honor, en este caso desde el punto de vista nipón, con elenco japonés, este film apela con mayor refinamiento al estilo clásico del director. Si bien padece como su antecesora de cierta morosidad narrativa, con el correr de los minutos se hace más interesante y logra identificar al espectador. A la locura de la guerra se le suma el tema del suicido, milenaria tradición japonesa, como una defensa última del honor. Con algunas escenas sorprendentes por su dureza para con los americanos, Eastwood continúa la deconstrucción del género bélico. Un rehén estadounidense tratado con respeto, tira por la borda el estereotipo del guerrero asesino que tantas películas hicieron del soldado nipón. La mejor escena del film completa el espacio en off construido en La conquista del Honor, cuando los soldados americanos escuchaban a los japoneses suicidarse con granadas en una caverna de la isla.
Borat (Sacha Baron Cohen): esta comedia que acarreó alguna polémica en EE.UU., es una extraña mezcla del humor semidocumental de Michael Moore con las parodias del americano medio. Un periodista de Kazajstán viaja a Norteamérica para aprender sobre las costumbres de dicho país e importarlas a su tierra natal. Su personaje está retratado casi como un cavernícola, lo que le permite hacer las preguntas más ridículas imaginables, como cuando salde del baño con una bolsa con sus excrementos y pregunta a una dama de alta sociedad donde debe tirarla. Borat se entrevista con personas reales de EE.UU. y extrae algunas declaraciones que erizan la piel (un estudiante universitario dice que debería volver la esclavitud, un texano organizador de un rodeo se despacha contra los homosexuales) pero en el fondo, Borat se asienta en la comedia tradicional para poder romper sus límites y provocar a la platea. Personajes caricaturescos, algo de splastick, algo de comedia escatológica, el film es una mezcla que conjuga el ingenio y la vulgaridad mayormente con resultados positivos: o sea, provocando las carcajadas de la platea, principal requerimiento de una comedia exitosa. Lo mejor: la parodia a los judíos, tan exagerada que logra que nos riamos de él y no de ellos.
La Reina (Stephen Frears): como siempre, Frears sigue sumando puntos a su eclecticismo, renegando de marcas autorales o estilo personal. Extraña mirada esta de La Reina, que narra la semana que va desde la muerte de la princesa Diana a la retrasada aparición pública de la Reina para calmar los ánimos populares. Arranca como parodia antimonárquica, pero a medida que avanza y se adentra en la relación de la protagonista con el recién asumido Primer Ministro Tony Blair -supuesto reformador progresista que termina encargándose de proteger a la decadente monarquía inglesa-, el film se dedica a desmistificar a Blair (¿no llega algo tarde para esto?) y a retratar afectuosa y respetuosamente a la Reina. Blair y la película actúan de maneras similares. Amagan hacia un lado y giran hacia el otro. Hay que destacar las actuaciones de Helen Mirren(la Reina) y Michael Sheen(Tony Blair) y la música de Alexandre Desplat, que ilumina lo más interesante del film, el ir y venir de su trama política, a espaldas de una sociedad en luto por una princesa de telenovela.
Cartas de Iwo Jima(Clint Eastwood): segunda parte del díptico de Eastwood sobre la guerra, que iniciaba La Conquista del Honor, en este caso desde el punto de vista nipón, con elenco japonés, este film apela con mayor refinamiento al estilo clásico del director. Si bien padece como su antecesora de cierta morosidad narrativa, con el correr de los minutos se hace más interesante y logra identificar al espectador. A la locura de la guerra se le suma el tema del suicido, milenaria tradición japonesa, como una defensa última del honor. Con algunas escenas sorprendentes por su dureza para con los americanos, Eastwood continúa la deconstrucción del género bélico. Un rehén estadounidense tratado con respeto, tira por la borda el estereotipo del guerrero asesino que tantas películas hicieron del soldado nipón. La mejor escena del film completa el espacio en off construido en La conquista del Honor, cuando los soldados americanos escuchaban a los japoneses suicidarse con granadas en una caverna de la isla.
Borat (Sacha Baron Cohen): esta comedia que acarreó alguna polémica en EE.UU., es una extraña mezcla del humor semidocumental de Michael Moore con las parodias del americano medio. Un periodista de Kazajstán viaja a Norteamérica para aprender sobre las costumbres de dicho país e importarlas a su tierra natal. Su personaje está retratado casi como un cavernícola, lo que le permite hacer las preguntas más ridículas imaginables, como cuando salde del baño con una bolsa con sus excrementos y pregunta a una dama de alta sociedad donde debe tirarla. Borat se entrevista con personas reales de EE.UU. y extrae algunas declaraciones que erizan la piel (un estudiante universitario dice que debería volver la esclavitud, un texano organizador de un rodeo se despacha contra los homosexuales) pero en el fondo, Borat se asienta en la comedia tradicional para poder romper sus límites y provocar a la platea. Personajes caricaturescos, algo de splastick, algo de comedia escatológica, el film es una mezcla que conjuga el ingenio y la vulgaridad mayormente con resultados positivos: o sea, provocando las carcajadas de la platea, principal requerimiento de una comedia exitosa. Lo mejor: la parodia a los judíos, tan exagerada que logra que nos riamos de él y no de ellos.
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