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El Contrato (Bruce Beresford): Ray Keene(John Cusack) y su hijo adolescente Chris(Jamie Anderson) emprenden una excursión al bosque con el objeto de disolver sus diferencias tras las secuelas que acarrea la relación luego de la muerte de la mujer/madre de los protagonistas (estas diferencias convergen en el preocupante descubrimiento por parte de Ray de que su hijo... eh... mmm... se fumó un porrito). En el bosque, los mochileros se encuentran con un problema de proporciones tan grandes como las de una pantalla de cine: deben custodiar al asesino mercenario Frank Cordell(Morgan Freeman), que aún con las esposas puestas logra eliminar a los policías que tenía a su cargo, dejando los puestos vacantes para ser ocupados por la reducida familia Keene, tan necesitada de una heroica redención que disipe los humos de la marihuana del pobre Chris. A Cordell lo buscan todos: la policía local, el FBI, y especialmente sus secuaces, que emprenderán la persecución por el bosque para rescatarlo y eliminar a todo testigo presencial. Y así comienza la aventura, no carente de acción y suspenso, que incluye -cuando no- un posible atentado al presidente de los EE.UU. y varias traiciones dentro y fuera de la cúpulas de poder. La película promete una hora y media de thriller y cumple, muy ajustadamente, con su cometido. Pedirle más implica decepcionarse. Agil y entretenida, con un buen manejo del espacio y el ritmo cinematográfico, recuerda aquellos clásicos westerns de Anthony Mann en los que James Stewart buscaba revancha trasladando algún cowboy criminal por el Oeste, mientras luchaba contra sus propios demonios internos. Tal vez el mayor déficit de El Contrato sea la poca injerencia dramática de la psicología de los personajes en el desarrollo de la trama. Lo que en los westerns mencionados era el verdadero sostén de la narración, aquí queda diluido en un par de pinceladas aguadas. Y para evidenciar su falta de originalidad se agregan varias huellas de Poder Absoluto de Clint Eastwood, también pasadas por agua. Se destaca sin demasiado esfuerzo Morgan Freeman, que debe ser el malo con menor gesticulación de la historia del cine. Su sobriedad le aporta al film una ambigüedad que su mediocre director (Bruce Beresford, Conduciendo a Miss Daisy) nunca persigue.

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