MISIÓN: IMPOSIBLE 3 (J. J. Abrahms):

El director de Lost entendió la tarea para la que lo habían contratado: hacer una secuela. Y esto significa repetir la fórmula de la saga en mayor cantidad, mayor exceso, mayor espectáculo (de la manera en que lo entiende Hollywood, con sus despilfarros hiperbólicos, monetarios y visuales). Su aporte reside en la síntesis dramática (uno de los pilares del funcionamiento cinematográfico), en no dejar que la película decaiga en acción y condensación. Varias secuencias remiten a escenas de las anteriores, pero a diferencia de Mostow (Terminator 3), Abrahms no las parodia, sino que las rearma en contextos diferentes. Ayuda mucho un elenco a la altura de las circunstancias. Tom Cruise ya demostró que se puede calzar el traje de superhéroe, pero el que se roba la película con tres o cuatro escenas es Philip Seymour Hoffman, un malo de antología, que sigue demostrando que es un actorazo. De yapa, un MacGuffin que demuestra que J.J. comprendió la invención de Hitchcock: esa excusa inconmensurable (la enigmática pero apocalíptica Pata de Conejo) que empuja la trama sin que nos importe demasiado más que por su función movilizadora. Misión: Imposible 3 (como la tercera de Terminator o de Jurassic Park) cumple con lo que promete. No tendrá la operística maestría de John Woo, pero ofrece dos horas de adrenalina pura, sin baches de seriedad moral ni política. Un blockbuster sincero y efectivo. Cosa que no abunda.

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