MUNICH
(EE.UU., 2005)
Dirigida por Steven Spielberg, con Eric Bana, Daniel Craig, Ciarán Hinds, Mathieu Kassovitz y Geoffrey Rush.

Nadie podría acusar hoy a Spielberg de haberse dormido en los laureles. Tras la consagración crítica de sus películas serias, La Lista de Schindler y Rescatando al Soldado Ryan, el director se encaminó, a partir de Inteligencia Artificial, hacia un regreso a los géneros menores, con renovada creatividad. Hizo cinco movies: dos comedias, tres de ciencia ficción. Para los que siempre creímos que desperdiciaba su talento con películas importantes, estos films resultaron la reconciliación con un director que supo hacer historia con una de tiburones. Munich es, en ese sentido, un retroceso. Otra vuelta a la seriedad, a los grandes temas.

En realidad, Spielberg nunca relegó su visión política en sus películas genéricas. De la sociedad inhumana que describe I.A., a las desdichas de los refugiados de guerra en Guerra de los Mundos, pasando por la Tolerancia Cero de Minority Report, la xenofobia en La Terminal y la degradación moral por dinero en Atrápame si Puedes (su última obra maestra), el director viene desplegando sus críticas al modelo americano del Siglo XXI con una mirada cada vez más oscura y pesimista, aunque nunca desprovista de humanismo. La redentora bandera norteamericana que flameaba en Rescatando al Soldado Ryan hace rato que brilla por su ausencia.

En Munich el contexto es el conflicto palestino-israelí, con el atentado del grupo terrorista Septiembre Negro en las Olimpiadas del ´72, que secuestró y finalmente mató a 11 deportistas israelíes, como punto de partida. Pero el subtexto vuelve a referirse a la actual Norteamérica, con las Torres Gemelas de fondo (emulando el plano scorsesiano de Pandillas de Nueva York) y el tema de la inutilidad de la venganza. Pero no es lo mismo narrar La Historia que narrar historias. En Munich, Steven se mete con un tema que lo incluye por su origen y su relación con la comunidad judía. Siente una necesidad permanente de aclarar con discursos. Y el discurso es un recurso que el cine repele desde su nacimiento.

Munich es despareja y reiterativa, pero se trata de su película más arriesgada política y cinematográficamente. Spielberg se ha vuelto mas crítico que nunca, y esta mirada se expresa con varias falencias y algunos aciertos. La fotografía del film es uno de ellos. Desde el comienzo, parece una película europea, de bajo presupuesto, sin estrellas de Hollywood y sin una iluminación destacada. Esta elección estética ya lo ubica por encima de los directores supuestamente comprometidos de los últimos años. El Tercer Mundo que nos muestra Spielberg no luce granulado y amarillento como nos quiso hacer creer Steven Soderberg en Traffic. Es un lugar como cualquiera. Deja de ser la otredad a la que temer para reflejar el espejo del mundo propio. Ni Europa ni Nueva York son más azules y pulcras que Beirut. Esta afirmación visual por sí sola, ubica a Spielberg en una posición intelectual a años luz del resto de sus compatriotas. Estamos ante un director sincero, que se acerca a un tema político con seriedad y cautela. Su postura pacifista lo ubica por fuera del conflicto. La violencia engendra violencia. Y la venganza es inútil e inmoral. Sin embargo, no critica tanto como intenta comprender. Ambos bandos se mueven por firmes creencias y valores, pero es la defensa del hogar (un tema que culturalmente identifica al norteamericano medio) la base de su interminable lucha.

La intriga de la secreta venganza del gobierno israelí, que crea un grupo terrorista para asesinar a los integrantes de Septiembre Negro, le permite a Spielberg jugar con el thriller político, y consigue algunas escenas de acción brillantes. La mejor incluye un enemigo que es la versión palestina del protagonista. Spielberg consigue allí, entre las balas y la sangre, exponer formalmente la mirada humanista que va a reiterar con discursos a lo largo de todo el film.

El problema de Munich es la necesidad del director de explicitar todo. Los personajes se la pasan hablando, recitando sus motivos y sus ideas. Aún los que aparecen en una única escena, tienen un discurso que pronunciar. La acción se detiene sorprendentemente tratándose de una película que lleva su firma, y las casi dos horas y media de relato se hacen lentas y repetitivas. A una gran escena de acción le sigue un discurso político, y así sucesivamente. Todo es bastante previsible, a excepción de cierta paranoia conspirativa en la última parte del relato que gira en torno a la información. Los informantes le agregan a la trama un costado ligeramente perturbador, que de haber sido acentuado, hubiera dotado a la narración de un suspenso mayor. ¿Quién provee la información para localizar a los hombres incluidos en la lista de la muerte?. ¿Quién esta al tanto del paradero de los protagonistas y puede, por lo tanto, delatarlos? ¿Qué instituciones y países están moviendo sus piezas secretamente alrededor del grupo terrorista? Spielberg no duda en mencionar a la CIA o a los gobiernos de turno. Sugiere un mundo donde la voluntad individual esta sujeta a un poder que le es irreconocible, que lo manipula sin que se entere ni pueda evitarlo. Pero este costado de vertiginosa paranoia internacional no está suficientemente marcado. Y la narración se vuelve a perder en diálogos plomizos y redundancias varias.

Párrafo aparte merecen las citas cinéfilas a las que Spielberg nos tiene acostumbrados, que en este caso se centran en la filmografía de su contemporáneo Francis Ford Coppola. Si el tema y el protagonista tienen una inevitable similitud con Apocalipsis Now, varias escenas y personajes secundarios remiten claramente a la trilogía de El Padrino, la mencionada paranoia alcanza su mayor expresión en una escena casi calcada de La Conversación, y hay hasta una hija de Drácula sedienta de sangre, rodeada por todos los tonos rojizos que se merece y una escena de muerte impúdica y sensual.

Munich es un paso en falso y una búsqueda interesante. Habrá que ver hacia dónde se dirige la mirada de Spielberg, que siempre fue más efectiva desde el cine de género que desde el drama político.

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